Noche de San Juan.
El generador
ruge bajo la luna.
Drake.
lunes, 18 de julio de 2016
lunes, 11 de julio de 2016
En el cielo que arde.
Me siento en el
claro. El río a lo lejos. La brisa del verano. Un susurro distante.
Callado, en la
arboleda que me arropa, el sol se inclina impulsando la luna hacia el centro
del firmamento.
Se oye un cuervo
a lo lejos mientras el sonido de la maquinaria agrícola se funde con el
gorgoteo del arroyo.
Miles de colores
se destiñen en un cielo que,despacio, arde antes mis ojos. El horizonte se desintegra
en miles de tonalidades; se desnuda ante mí como un caleidoscopio. Se incendia con la
vitalidad de la juventud, con la pasión del verano. Se descolora en mi
alma adolescente hasta quedar tatuado en mi espíritu…por siempre jamás.
La brisa templada de la
noche estival acaricia mi ser.
El crepúsculo
huele dulce, huele a vida…
Sueños de adolescencia...
…En el cielo que arde.
Sawyer.
lunes, 4 de julio de 2016
Canto folk
Deja que mi voz sea como el viento
y mis palabras salgan de mi boca y esculpan las rocas.
Que mi caminar sea ligero como el alba
y despierte el aroma al pisar la tierra mojada cuando camine por el bosque.
Que despierte tu voz verde y caliente mis mejillas.
Deja las botas en la puerta y la vergüenza en la verja
y baila solo como tu sabes.
Drake.
y mis palabras salgan de mi boca y esculpan las rocas.
Que mi caminar sea ligero como el alba
y despierte el aroma al pisar la tierra mojada cuando camine por el bosque.
Que despierte tu voz verde y caliente mis mejillas.
Deja las botas en la puerta y la vergüenza en la verja
y baila solo como tu sabes.
Drake.
lunes, 27 de junio de 2016
En la misma profundidad.
La vida es curiosa, muchacho.
Lunes por la mañana. El café hervía y el ruido de los coches se colaba por
la ventana. Engullí el desayuno y vertí a toda prisa el café en la taza para
llevar. Cogí las llaves que estaban colgadas en la entrada. Estaba listo. Me miré al espejo: el pelo colocado, el abrigo puesto, la mochila… Me puse
algo de crema hidratante. Volví a echarme otro vistazo. Sí, todo en su sitio y preparado estaba ya para irme al trabajo; sin embargo, no
podía dejar de mirarme. No sé si era el pelo o la bufanda mas había algo
distinto. Me acerqué más y más a mi reflejo. Me miraba y cuanto más me miraba
más chocante me resultaba. Estaba ahí pero me sentía como un extraño ante mi
imagen. Y me miré y me abstraje y un sentimiento de iluminación descendió…
…La última vez que me
miré en el espejo juraría que era el día de mi comunión. El sol brillaba en lo
alto y las campanas de la iglesia llamaban a fiesta. Olía a castañas cocidas y
el viento del otoño acariciaba mis mejillas. Mis padres eran jóvenes y el mundo
era tan grande como me lo propusiese. La última vez que me levanté temprano fue
para ver los dibujos de la tele, esos de los que hablábamos en el recreo antes
de gimnasia. Los veranos en la playa se sentían el espejismo de un sueño lejano.
La colección de cromos se perdió, los cómics acumulan polvo y los viejos amigos
se habían perdido. Aún escuchaba la risa de mi hermano al encontrar sus
regalos el Día de Reyes. Las fiestas en casa de los amigos y el estrés de los
trabajos de fin de carrera. Ecos que resonaban en los pasillos de mi existencia
y, desordenados, se conjuraban ante mí.
Me dicen palabras que no alcanzo a escuchar, muchacho.
Miro al espejo. Y, en un insólito momento de clarividencia, me veo. Advierto
que los años han pasado. Uno tras otro. La rutina que nubla mi vida se
resquebraja. Ahí, delante de mí estoy yo. Por primera vez en mucho, mucho
tiempo me veo… pero no me reconozco. Preso de la banalidad mundana de la vida
me olvidé de que los días pasaban. Había algo distinto en mí que no estaba ahí
la última vez que me miré. Algunos lo llaman sabiduría pero siento que no es más
que días ahogados en vasos de cotidianidad. Vacíos, implacables, silenciosos
como hienas hambrientas. Devoran semanas que galopan desbocadas en el río de mi existencia…
y no me doy cuenta.
Ahí, delante de mí, me veo, y un frío helado recorre mi cuerpo al entender
que los años han pasado más deprisa de lo que me imaginé. Mi existencia fenecerá.
El pensamiento inunda mi ser y lo siento pesado en el pecho. El ruido del mundo
se acalla y escucho mi respiración. Un día dejaré de respirar y de sentir, mi ser
desaparecerá por siempre. (Una música suena a lo lejos). En mi lecho de muerte
todo se volverá negro y nada más. Cenizas a al viento. (El móvil suena). Nacer
para morir y cada palpitar me acerca más al final, pero el final siempre se
siente lejos... (Mis pensamientos se alejan de mí). Lejos hasta que me miro en el
espejo y me pregunto qué es esa marca, esa marca gris que me acecha. (El móvil
distrae mi atención y me dirijo a contestarlo). El presente se diluye en el
tiempo hasta volverse invisible. Ahora hablo por el móvil mientras me miro al
espejo… pero ya no me veo. Las ideas se dispersan. Lo cotidiano lo inunda todo
y los recuerdos se ahogan en la vida diaria.
Cerré la puerta y me fui al trabajo.
El ruido del mundo corroe los pensamientos,
muchacho.
Sawyer.
lunes, 13 de junio de 2016
lunes, 6 de junio de 2016
La costa.
Subí a lo alto de la embarcación y esperé. El vaivén de las olas golpeaba
el reloj con la misma virulencia que a la parte frontal del barco. El agua salada
salpicaba mi cara. Eran las 5 de la mañana y el ambiente se enrarecía cuanto
más cerca de la costa nos encontrábamos. Algunos de mis compañeros habían
subido a la cubierta y entre risas y cuchicheos comentaban los sucesos de la
última semana. Nadie quería pensar en lo que iba a suceder en las próximas
horas. Nos dirigíamos hacia la costa en una operación que se había gestado
durante casi dos años. Dos años que culminarían en menos de unos minutos.
Mis manos agarraron con fuerza a Solna y jamás la soltarían. Uno de los
grupos cercanos a mi posición hablaba de la semana que nos dejaron volver a
casa. Siete días nos dieron. Había sido la semana más dura de mi vida. Algo me
decía que sería la última vez que vería a mi familia. Una sombra agridulce lo teñía
todo. Los lugares por los que caminaba eran cementerios llenos de vida y la
gente con la que hablaba espejismos de algún tiempo pasado. Ellos me parecían fantasmas
más el fantasma era yo. Mi casa y los recuerdos eran lo que quedaba de mi ser. Y
todo se rompía en mil pedazos, mi existencia, la vida de mis amigos, la vida… Todavía
podía sentir las náuseas que me produjo la primera vez que… El surrealismo de
la situación… Jamás me había sentido tan fuera de lugar. Todo se nubló y solo
escuchaban disparos mezclados con gritos de desesperación. Era la primera vez
que había visto un cadáver. Estaba desgarrado… Gritos… En su cara una expresión
de sorpresa, como si no se lo esperase. Las balas habían atravesado diferentes
partes de su cuerpo y sus intestinos se desparramaban por doquier hasta
mezclarse con el siguiente cadáver y el siguiente y el siguiente…
El mar volvió a salpicarme la cara regresándome al tiempo presente. Agarré
a Solna con más fuerza. Nuestros superiores confiaban en que estaba operación
resolviese la guerra en favor de nuestras fuerzas. Teníamos que hacer algo para
impedir que el enemigo siguiese extendiéndose más y más por todo el continente.
Ahí estábamos, un grupo de críos jugando a la guerra. Pude ver la costa al
mismo tiempo que los megáfonos nos escupían las órdenes de los comandantes.
Teníamos que bajar y montar en los vehículos. Algunas de las tropas habían
llegado a la costa y montado las primeras barricadas. El momento había llegado.
Me santifiqué y miré alrededor. Las caras eran serias, imperturbables, el
recuerdo de las risas y las fiestas era un eco en nuestras cabezas. Miré al
suelo y respiré profundamente. Un olor nauseabundo inundó el vehículo. El comandante lanzó la orden, el vehículo se movió y
el movimiento nos cegó por momentos. Cuando volví a abrir los ojos, vi la costa
y a los lados, varios vehículos cargados con jóvenes soldados listos para la
acción… o no.
Agarré a Solna con fuerza.
Agradecí la brisa y miré al frente. La costa estaba llena de humo y, desde
mi posición, ya se oían los disparos procedentes del frente. Escuché rezos.
Algunos soldados estaban listos para la acción, casi lo deseaban. Yo no estaba
muy seguro. Empezaba a sentir la confusión de la batalla. Estaba
hiperventilando. Otra vez los cadáveres. Teníamos que liberar a esas gentes del
enemigo, éramos su última esperanza… Los intestinos, la confusión, la balas,
mis amigos muertos… El sol se levantaba en un amanecer rojo, el cielo era rojo,
las nubes eran rojas y no importa quien luchase, aquella playa estaría llena de
cadáveres en unas horas.
El vehículo golpeó tierra y los portones se abrieron.
Nunca volveríamos a casa.
Sawyer.
Sawyer.
jueves, 2 de junio de 2016
Autocartografía
He contemplado este cuerpo como quien contempla el mapa
de un lugar desconocido,
como si lo que hubiese dentro me fuese ajeno,
o como si a mis preguntas contestasen otros ojos
Me he vestido con esta ropa como si fuesen instrumentos de medida,
y mis manos pareciesen extensiones de algún pensamiento sin terminar
He cortado las borrascas que brotaban de mi boca
y la rotonda que gobernaba mis sentidos
se ha descompensado
Me observo desde fuera, desde algún espejo
me dibujo alguna cara
lo cubro todo con números, más números,
más números,
alguna raya, algún símbolo, alguna palabrota,
me disecciono
como si fuese a servir de algo medir
El navegante.
de un lugar desconocido,
como si lo que hubiese dentro me fuese ajeno,
o como si a mis preguntas contestasen otros ojos
Me he vestido con esta ropa como si fuesen instrumentos de medida,
y mis manos pareciesen extensiones de algún pensamiento sin terminar
He cortado las borrascas que brotaban de mi boca
y la rotonda que gobernaba mis sentidos
se ha descompensado
Me observo desde fuera, desde algún espejo
me dibujo alguna cara
lo cubro todo con números, más números,
más números,
alguna raya, algún símbolo, alguna palabrota,
me disecciono
como si fuese a servir de algo medir
El navegante.
miércoles, 1 de junio de 2016
sábado, 28 de mayo de 2016
Reflexiones de una mente podrida ( fragmento)
La moral, la belleza y la estética son conceptos humanos que desaparecen tras la muerte.
Solamente existe una cosa que nos puede acercar a la inmortalidad, dejar nuestra impronta, nuestra huella, nuestra firma en la memoria colectiva, en los libros de la historia. Este pensamiento no deja de ser más que la semilla de una idea que se irá alimentando de los nutrientes hasta llegar a convertirse en un árbol y si el entorno es el adecuado, ese mismo árbol será, a su vez. la semilla de un bosque.
Yo no soy como los demás.
Santiago Pires Rodríguez.
Solamente existe una cosa que nos puede acercar a la inmortalidad, dejar nuestra impronta, nuestra huella, nuestra firma en la memoria colectiva, en los libros de la historia. Este pensamiento no deja de ser más que la semilla de una idea que se irá alimentando de los nutrientes hasta llegar a convertirse en un árbol y si el entorno es el adecuado, ese mismo árbol será, a su vez. la semilla de un bosque.
Yo no soy como los demás.
Santiago Pires Rodríguez.
lunes, 23 de mayo de 2016
La presentía como se presienten las olas.
El mundo se mueve en silencio. Desde lo alto del acantilado, la suave brisa
de estío alboroza tus cabellos rizados. Sacas tu lengua
rosada, vieja, y saboreas lo que queda del mundo: sabe a salitre, libertad y
despedida.
Vacuidad.
El cielo es de un azul intenso que se destiñe al tocar el agua en el
horizonte. Sigues la línea del mar con tus ojos y puntos de tierra comienzan a
emerger, intermitente, creando un archipiélago. Un conjunto de islas creadas mucho
antes de que tú nacieses y que permanecerían ahí a tu partida. Observas aquellas islas, el barco que las
cruza y las risas de algunos bañistas en la lejanía. El mundo seguirá girando
aunque desaparezcas. El sol seguirá saliendo por el este y acostándose por el
oeste… hasta que tope con tu mismo final. Todo empieza para acabar y todo
acaba… y no hay ninguna razón divina. No hay explicación, no hay sentido
infinito, no hay razón para gastar tu vida en buscar una transcendencia que a
nadie le importa… y mucho menos cuando te marches.
Futilidad.
Te alejas del acantilado y caminas hacia su tumba. Debajo del árbol más
frondoso del lugar. Ahí donde tu vida se interrumpió una vez, lo hará ahora por
siempre. Caminas despacio. La brisa balancea las copas de los árboles y el sol
se cuela entre las ramas que dibujan figuras en el suelo. Cada paso es un
recuerdo y cada recuerdo una lágrima que se pierde por siempre. Ya casi
alcanzaste el árbol. Te sientas. A tu lado, aquella figura oscura. No la miras
pero sabes que esta ahí. La presientes
como se presienten las olas.
Ven, dulce Muerte.
Sawyer.
jueves, 19 de mayo de 2016
La general encantada
Volví a coger el diario. Se trataba de un polvoriento volumen con la portada
deshilachada y sus hojas plagadas de manchas por la humedad, que descansaba en la
en la estantería encima de su escritorio. Volvió a las últimas páginas escritas; las
fechas estaban emborronadas y los lugares tachados, pero los nombres sugerían que
los sucesos tuvieron lugar en la Guerra de Independencia de Cuba, posiblemente antes
de la intervención estadounidense.
El relato era sin duda fantasioso, probablemente se tratase de la descripción de una
pesadilla pero el diario terminaba abruptamente. Como historiador debía examinar
cuidadosamente aquel ejemplar para decidir si se trataba de un fraude.
Comencé a leerlo, una vez más:
Ya faltaban pocas horas para el amanecer cuando atacaron. Nos cogieron a todos por
sorpresa y los pobres hombres de guardia apenas pudieron dar la alarma a tiempo.
Nuestro hombre al mando, el general Peñas, dio orden de defender el campamento. Era
un punto estratégico y no podíamos regalárselo a los españoles, así que la retirada no
era una opción.
José Peñas era un general de brigada, de la cual apenas quedábamos un puñado de
hombres leales. Yo por mi parte podía manejar un arma, pero soy médico y no tenía la
misma formación que mis compañeros. Aún así no abandonaría a mi general.
Finalmente anocheció y los españoles se reagruparon. Volverían. Habían causado un
buen revuelo en nuestro campamento y, pese a haber resistido con éxito no
aguantaríamos un segundo ataque. Enviamos un mensajero con la vana esperanza de
lograr refuerzos. Sin embargo otros asuntos requerían mi inmediata presencia: una
bala había alcanzado en el estómago al capitán y no le quedaba mucho. La situación
era desesperada y muchos hombres se habían puesto a rezar por sus almas. Mi colega,
el doctor Ojeda, negaba con la cabeza a mi lado. El también había perdido a muchos
hombres por heridas similares.
El silencio fue interrumpido por uno de los soldados, que llevaba en la mano un
crucifijo y un arrugado librito que a todas luces parecía un catecismo. Nos preguntó si
alguno de nosotros sabía hablar latín, a lo que Ojeda asintió; probablemente quería
que leyésemos una plegaria por el general.
Para nuestra sorpresa, el texto no se encontraba en el propio catecismo sino en una
especie de pergamino garabateado, con una estrella de Salomón en uno de sus
márgenes. A medida que mi colega leía, empezaron a sonar las alarmas. Intenté
avisarle, pero parecía completamente absorto. Los disparos y los alaridos empezaron a
sonar.
El aire de la tienda se enrareció justo cuando Ojeda pronunciaba los últimos versos del
cántico. Gracias a mi formación pude advertir que hablaban de una virgen, pensé que
se trataría de algún tipo de rezo. Ojalá hubiese tenido razón.
Cuando el doctor terminó de leer, el texto se deslizó entre sus dedos y ambos cayeron al
suelo. Pero era Peñas quien más me preocupaba. Sus ojos empezaron a hundirse de
forma antinatural y la mandíbula se desencajaba a medida que la piel se le agrietaba.
Varias protuberancias surgieron en la zona del torso, rasgando la ropa y las vendas
ensangrentadas. Los dientes se le cayeron para dejar paso a largos y curvos colmillos, y
las extremidades se le estiraron y retorcieron hasta parecer amasijos alargados de
músculos que palpitaban de forma repulsiva e inquietante. Esta criatura que había
sido el general José Peñas se irguió, y pude ver que también el pelo había crecido y
cambiado de color, oscureciéndose. Estiró uno de sus extraños brazos para coger una
manta que se puso a modo de manto, como los de las representaciones de la virgen.
Me costó reaccionar pero conseguí dominar mis nervios y reprimir las nauseas, pero
para cuando estaba recogiendo a mi compañero inconsciente noté un fuerte golpe en la
cabeza y perdí el conocimiento. En aquel momento no pude verlo bien, pero juraría que
mi atacante no fue otro que el dueño del supuesto catecismo.
Tanto Ojeda como yo nos despertamos doloridos en medio de la tienda al sonido de
unos gritos que provenían del exterior. Los refuerzos habían llegado, pero el
campamento había sido completamente arrasado y los cadáveres de nuestros hombres y
de los atacantes españoles sembraban el terreno, y parecía como si a todos se les
hubiese arrancado la carne con dientes muy afilados. Decidimos no revelar lo que
había pasado y explicar que nos había sorprendido una explosión, que probablemente
nos habían dado por muertos y algún animal habría dado cuenta de los cuerpos
ignorando el interior de las tiendas. Tras unos preparativos y una misa improvisada
empezamos a enterrar a los cadáveres, pero no había rastro ni del general ni del
soldado ni su extraño pergamino.
Tiempo después volvimos a vernos. Ojeda no había llegado a ver nada ni recordaba
una sola palabra de lo que había leído, pero yo no podré olvidar jamás a aquella
criatura que parecía una parodia grotesca de una virgen. Ambos oímos rumores de
soldados y civiles que habían avistado una extravagante figura ataviada con un manto
y con unos relucientes galones militares a la que bautizaron como la Virgen de los
galones o la General encantada.
Cerré el diario. Había unas cuantas palabras más, pero estaban demasiado
emborronadas para resultar legibles y algunas de las páginas siguientes parecían
arrancadas. Se hacía de noche y aquel libro probablemente tendría más valor para un
programa sobre misterios y ocultismo. Tendría que desilusionar a su cliente.
El navegante.
viernes, 13 de mayo de 2016
Las curvas de la botella
Quizá empezó a beber
por una llaga disfrazada de mujer
que le dejó a su suerte,
sin la copa cárnica de sus
caderas
inyectándole con sus fríos ojos el sucio anhelo
del alcohol.
Ella agarró con las uñas todo lo que él amaba suyo,
supongo.
Cogió los párpados y los metió en la misma bolsa
que los pechos y el corazón,
que los pulmones y los ojos y las piernas
y las axilas.
Se echó la bolsa al hombro y echó al hombre un beso
que,por calidad de último,tal vez lo mató.
Imagino que entonces el alma masculina
quedaría tristemente anclada en el lugar donde estuvo la bolsa
con los párpados,el pecho,y todo aquello,
y aburrida abrió una botella,juntó su boca con la boca de vidrio
y la besó.
Cuando acabó de besarla estaba tan enamorado
que se prometió a sí mismo que nunca haría
lo que habían hecho con él,
y abrazando románticamente a aquella primera botella vacía
le susurró: "nunca te abandonaré".
María Míguez.
María Míguez.
lunes, 9 de mayo de 2016
Aquí donde descansa mi alma.
Aquí donde
descansa mi alma no hay Cielo ni Infierno.
En esta oscuridad
que me atrapa no hay ni bien ni mal.
Aquí donde reposa
mi cuerpo inerte es el lugar al que los vivos temen.
En esta habitación
estrecha de cuatro paredes espero por siempre…
(…A que vengas a
visitarme… ¡para hablarte!... Pero no me escuchas.
No hay luces, no
hay fe, no hay nada salvo penumbra y espera inevitables.
Y tan solo deseo que
vengas a verme; aguardo a que me traigas flores….
Para no ser
olvidado… para no afligirme solo en esta tenebrosidad deletérea que todo lo
inunda.)Sawyer.
lunes, 25 de abril de 2016
Esperando a las nubes.
El tiempo se mueve sin descanso, más bien deprisa. Se desliza en el espacio
que dejamos entre sueño y sueño. Tan sigiloso que olvidamos su presencia o,
peor aún, la damos por sentada. Como damos por sentados nuestros deseos, sueños
y ambiciones hasta que un día los descubrimos ahí, riéndose en nuestra cara.
El tiempo se mueve deprisa, tan deprisa como mi
reflejo en los charcos.
Camino con nerviosismo, consciente de que llego más de diez minutos tarde. Llevo
tres semanas trabajando en el despacho de abogados y llego tarde. Mi traje me
queda grande y tengo que parar cada dos por tres… ¡seis! Cada seis pasos me
detengo otra vez… y otra vez… hasta que mis ojos se posan en mi propio reflejo
que me observa. Ahí, con aire de recelo, boca abajo, miro como mi figura se
dibuja en los charcos: mis ojos, mi pelo enmarañado, mi cara enrojecida por la
carrera que me estoy pegando… El mismo cielo nublado, los mismos edificios, los
pájaros… Camina tan deprisa como yo y me mira. Detengo mi paso para observarle
mejor. ¿Se está riendo? Sí, se está riendo y se ríe de mí: de mi ansia por
encajar. Lo sabe todo. Se ríe de mí en mi cara.
Sabe que mi trabajo es el resultado de mis decisiones. Decisiones basadas
en lo que otra gente piensa. Decisiones que no me hacen feliz, pero que hacen
que otra gente se sienta orgullosa de mí. Otra gente que piensa que sabe lo que
es mejor para mí porque lo que yo realmente quiero hacer no vale nada en el
mundo real… Mis sueños no valen nada y yo me siento nada sin el visto bueno de
los demás.
Ahora que me fijo, aquel chico no viste mi uniforme si no la ropa que me
gusta. Me sigue mirando y se sigue riendo. Esa risa burlona que me hace sentir
inferior. No le quito ojo y lo sabe. Se aleja un poco para enseñarme donde
trabaja. Hace lo que le gusta. Le sigo con la mirada y le odio más a cada paso
que da. Le odio pero no por lo que hace ni porque se ría… Le odio porque sé que
él no siente ese deseo de encajar. Él no necesita el visto bueno y lo sabe y yo
le odio, pero le da igual.
Se para. Me mira. Yo le miro. Suena la campanilla de una bicicleta a lo
lejos. Yo me acerco más y más al charco, quiero llegar a él. La bicicleta se
cruza y el charco salpica mi uniforme y me despisto y vuelvo a mirar y se ríe
mientras desaparece en el agua turbulenta y sólo queda mi reflejo de siempre
que me mira con incredulidad. El uniforme mojado. Llego muy tarde. Mi reflejo
patidifuso y uniformado, la lluvia, los árboles y el tiempo que se mueve sin
descanso en lo que queda de un domingo de primavera en el que tengo que
trabajar porque no sé decir que no, porque me muero por el aprobado de todo el
mundo, porque me muero por encajar.
…Y sólo puedo pensar: ‘…Mierda…’.
Sawyer.
viernes, 22 de abril de 2016
La última sonrisa del actor
La sombra languidece al pie de la silla
acosada por la luz del sol
que muerde el mimbre con dientes de polvo
el viento la mece como a un péndulo de penumbra
la puerta quedó abierta, está así desde ayer
desde fuera se oyen los quejidos de los álamos
Nadie asistió a su última función
tan sólo dos manchas amarillentas en un papel
y gotas de tinta temblorosa
al atardecer cayó el telón y el aplauso se apagó
cuando las sombras todavía eran azules.
El navegante.
lunes, 18 de abril de 2016
XX
A orillas del rio camina un hombre que soy yo,
vestido de agua y matorrales y los dedos salpicados
de harina.
Sobre mi pecho brilla el verdín de las rocas
y bajo el sol un viejo pergamino.
¿ Realmente es tan verde el aire?
A orillas del rio los niños juguetean con canicas y
cosquillean mis pantorrillas,
como miles de creadores.
Un pato enfurecido surge entre las zarzas
rompiéndome las costillas
y los pescadores pacientes, con sus cañas,
me recordaron a una muchacha naranja que perdí en la
juventud…
¡Es tan verde el viento!
Drake.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)