Quizá empezó a beber
por una llaga disfrazada de mujer
que le dejó a su suerte,
sin la copa cárnica de sus
caderas
inyectándole con sus fríos ojos el sucio anhelo
del alcohol.
Ella agarró con las uñas todo lo que él amaba suyo,
supongo.
Cogió los párpados y los metió en la misma bolsa
que los pechos y el corazón,
que los pulmones y los ojos y las piernas
y las axilas.
Se echó la bolsa al hombro y echó al hombre un beso
que,por calidad de último,tal vez lo mató.
Imagino que entonces el alma masculina
quedaría tristemente anclada en el lugar donde estuvo la bolsa
con los párpados,el pecho,y todo aquello,
y aburrida abrió una botella,juntó su boca con la boca de vidrio
y la besó.
Cuando acabó de besarla estaba tan enamorado
que se prometió a sí mismo que nunca haría
lo que habían hecho con él,
y abrazando románticamente a aquella primera botella vacía
le susurró: "nunca te abandonaré".
María Míguez.
María Míguez.
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