lunes, 25 de abril de 2016

Esperando a las nubes.

El tiempo se mueve sin descanso, más bien deprisa. Se desliza en el espacio que dejamos entre sueño y sueño. Tan sigiloso que olvidamos su presencia o, peor aún, la damos por sentada. Como damos por sentados nuestros deseos, sueños y ambiciones hasta que un día los descubrimos ahí, riéndose en nuestra cara.

El tiempo se mueve deprisa, tan deprisa como mi reflejo en los charcos.

Camino con nerviosismo, consciente de que llego más de diez minutos tarde. Llevo tres semanas trabajando en el despacho de abogados y llego tarde. Mi traje me queda grande y tengo que parar cada dos por tres… ¡seis! Cada seis pasos me detengo otra vez… y otra vez… hasta que mis ojos se posan en mi propio reflejo que me observa. Ahí, con aire de recelo, boca abajo, miro como mi figura se dibuja en los charcos: mis ojos, mi pelo enmarañado, mi cara enrojecida por la carrera que me estoy pegando… El mismo cielo nublado, los mismos edificios, los pájaros… Camina tan deprisa como yo y me mira. Detengo mi paso para observarle mejor. ¿Se está riendo? Sí, se está riendo y se ríe de mí: de mi ansia por encajar. Lo sabe todo. Se ríe de mí en mi cara.

Sabe que mi trabajo es el resultado de mis decisiones. Decisiones basadas en lo que otra gente piensa. Decisiones que no me hacen feliz, pero que hacen que otra gente se sienta orgullosa de mí. Otra gente que piensa que sabe lo que es mejor para mí porque lo que yo realmente quiero hacer no vale nada en el mundo real… Mis sueños no valen nada y yo me siento nada sin el visto bueno de los demás.

Ahora que me fijo, aquel chico no viste mi uniforme si no la ropa que me gusta. Me sigue mirando y se sigue riendo. Esa risa burlona que me hace sentir inferior. No le quito ojo y lo sabe. Se aleja un poco para enseñarme donde trabaja. Hace lo que le gusta. Le sigo con la mirada y le odio más a cada paso que da. Le odio pero no por lo que hace ni porque se ría… Le odio porque sé que él no siente ese deseo de encajar. Él no necesita el visto bueno y lo sabe y yo le odio, pero le da igual.

Se para. Me mira. Yo le miro. Suena la campanilla de una bicicleta a lo lejos. Yo me acerco más y más al charco, quiero llegar a él. La bicicleta se cruza y el charco salpica mi uniforme y me despisto y vuelvo a mirar y se ríe mientras desaparece en el agua turbulenta y sólo queda mi reflejo de siempre que me mira con incredulidad. El uniforme mojado. Llego muy tarde. Mi reflejo patidifuso y uniformado, la lluvia, los árboles y el tiempo que se mueve sin descanso en lo que queda de un domingo de primavera en el que tengo que trabajar porque no sé decir que no, porque me muero por el aprobado de todo el mundo, porque me muero por encajar.

…Y sólo puedo pensar: ‘…Mierda…’.




Sawyer. 

viernes, 22 de abril de 2016

La última sonrisa del actor




La sombra languidece al pie de la silla
acosada por la luz del sol
que muerde el mimbre con dientes de polvo
el viento la mece como a un péndulo de penumbra
la puerta quedó abierta, está así desde ayer
desde fuera se oyen los quejidos de los álamos
Nadie asistió a su última función
tan sólo dos manchas amarillentas en un papel
y gotas de tinta temblorosa
al atardecer cayó el telón y el aplauso se apagó
cuando las sombras todavía eran azules.




El navegante.

lunes, 18 de abril de 2016

XX


                                  

A orillas del rio camina un hombre que soy yo,
vestido de agua y matorrales y los dedos salpicados de harina.
Sobre mi pecho brilla el verdín de las rocas
y bajo el sol un viejo pergamino.
¿ Realmente es tan verde el aire?
A orillas del rio los niños juguetean con canicas y cosquillean mis pantorrillas,
como miles de creadores.
Un pato enfurecido surge entre las zarzas rompiéndome las costillas
y los pescadores pacientes, con sus cañas,
me recordaron a una muchacha naranja que perdí en la juventud…
¡Es tan verde el viento!



Drake.

lunes, 11 de abril de 2016

Hierro

A la luz de la luna, el  guerrero descansaba.

El silencio helado de una noche nevada de estrellas iluminaba el claro en el que se encontraba. Su armadura tintineaba abrazada por el calor exhausto de una hoguera que luchaba por no morir de frío. Descansaba sin reposar. Aunque se había asegurado de que su única compañía fuesen su sombra y su espada, los bosques siempre guardan sorpresas.

Sentía cómo sus pies empezaban a fallarle. Separado de su legión no sobreviviría… pero él era lo único que quedaba de su legión.

Atrapado en tierras bárbaras sabía que la sentencia de muerte era casi segura. El eco de sus propios pensamientos lo devoraba poco a poco… El calor y el amor de Hispania quedaban lejos de aquellas tierras de perdición. Tan lejos como las opciones que tenía de sobrevivir. Qué estaba haciendo allí? Miró a su alrededor y el bosque le pareció más oscuro que nunca. Las sombras que el fuego dibujaba eran los dioses que se reían en su cara. Nadie lo había preparado para aquella situación. Un guerrero debía morir en combate, pero él había sobrevivido… Aquella víspera había sido testigo de la mayor masacre jamás conocida por el Imperio. Lo último que recordaba era un golpe seco en la nuca y, después, nada. Se despertó desorientado y, mientras caminaba por un infierno de cuerpos desmembrados, pensó que tal vez estaba en el Tártaro. Sin embargo no había titanes, ni dioses, ni murallas, ni nada… sólo el silencio y el frío eternos.

El frío eterno… Ni dioses…. Ni murallas… La sonrisa de sus compañeros…

               Ni dioses… La estrategia a seguir….Ni murallas…. Las plegarias…. Ni dioses…

                              Sólo silencio…. El silencio de la Muerte…Ni los dioses…. Y recordaba su sonrisa….

…….El olor de su pelo…. Ni murallas… La risa de sus compañeros…. Ella lo esperaba en casa... El 
frío eterno… Ni el Tártaro… Ni los dioses… Y su sonrisa….

Y su sonrisa… y no la volvería a ver… o…

……..Y ahí, de frente, entre las sombras, la veía. Ahí estaba su prometida dispuesta a darle las llaves del Inframundo. Su figura femenina se dibujaba entre las sombras de la noche.

-                                       -  ¿Pero qué haces tan lejos del campamento?

No respondió pero tampoco se acercó. No, no podía ser ella… Y su cuerpo se heló al pensar en la alternativa…Trató de avanzar hacia la figura pero sus extremidades no le respondían. Moriría en tierras bárbaras. Si así debía ser, al menos, llevaría el estandarte de vuelta al campamento. Sacó fuerzas de la flaqueza y agarró el símbolo del águila que colgaba en su pecho.  

-                                          - Todavía no es hora. Déjame que entregue esto y te seguiré, Ser.

No hubo respuesta.

Con torpeza, se levantó tan rápido como su lesionado cuerpo le permitió y emprendió camino hacia la base. Tardaría unas horas en llegar si aquel extraño ser se lo permitía. A su lado, una espesa niebla empezó a acercarse. Debía caminar antes de que lo engullese por completo, pero, al menos, impediría que los germanos lo viesen.

Caminó sin mirar atrás. Sentía su presencia gélida sobre su nuca y el peligro en el que se encontraba era real como la luna que lo iluminaba. Aquel ser había venido a llevárselo al Otro Mundo.

Caminaba en silencio y la niebla le seguía de cerca. Pensó en los dioses y se preguntó a dónde lo enviarían. Había servido al emperador con todo su valor y fuerzas, pero había arrebatado tantas vidas… A cada paso que daba, las caras de todos los soldados que había matado se clavaban como hierro sobre sus heridas. Sus heridas… Bajó su mirada y descubrió que perdía algo de sangre, algo más de lo que esperaba. No podía parar. Fijó su vista al frente y caminó mientras la niebla se volvía más y más densa. El frío se intensificaba pero era un frío distinto… Un frío lejano en el tiempo, un frío lleno de reminiscencias de batallas distantes, de vidas perdidas en el ocaso del mundo. Ese frío rodeaba el final de su existencia y apenas podía escuchar el latido de su corazón.

Los primeros rayos de la mañana despuntaban sobre la copa de los árboles, pero la niebla difícilmente le dejaba ver lo que había delante. A lo lejos, el bosque se volvía menos frondoso y alcanzó a ver la fortaleza de madera de su base. Sabía que aquel ser no le dejaría alcanzar la base.

-                 - Ser del Inframundo, sé que ha llegado mi hora y no huiré. Ahora, te pido un favor antes de llevarme…

-                             - Dime… - dijo una voz débil y rota, pero que helaba la sangre al ser escuchada.

-                              - Lleva este símbolo a las puertas de mi fortaleza y déjalo allí. Quiero que ella lo tenga.

En la distancia, pudo ver a su prometida en lo alto de la muralla romana. Miraba sin cesar al horizonte. Uno de los guardias interrumpió su paz, se acercó a ella y le entregó algo. Desde los límites del bosque, pudo observar cómo su prometida agarraba el colgante y lo observaba. En cuestión de segundos, su bello rostro se llenó de lágrimas y su grito de dolor inundó de desesperación el valle. El soldado quería abrazarla pero sabía que hiciese lo que hiciese estaba muerto.

Se contuvo.


Pensó en la primera vez que vio a su prometida y lo mucho que la iba a echar de menos… La niebla se volvía más y más densa e inundaba todo lo que quedaba de su mundo. La presencia de aquel ser se hacía más intensa y se calaba en sus huesos. Por un breve segundo, le pareció escuchar la voz de sus compañeros llamando desde la lejanía. 


Sawyer.