lunes, 11 de abril de 2016

Hierro

A la luz de la luna, el  guerrero descansaba.

El silencio helado de una noche nevada de estrellas iluminaba el claro en el que se encontraba. Su armadura tintineaba abrazada por el calor exhausto de una hoguera que luchaba por no morir de frío. Descansaba sin reposar. Aunque se había asegurado de que su única compañía fuesen su sombra y su espada, los bosques siempre guardan sorpresas.

Sentía cómo sus pies empezaban a fallarle. Separado de su legión no sobreviviría… pero él era lo único que quedaba de su legión.

Atrapado en tierras bárbaras sabía que la sentencia de muerte era casi segura. El eco de sus propios pensamientos lo devoraba poco a poco… El calor y el amor de Hispania quedaban lejos de aquellas tierras de perdición. Tan lejos como las opciones que tenía de sobrevivir. Qué estaba haciendo allí? Miró a su alrededor y el bosque le pareció más oscuro que nunca. Las sombras que el fuego dibujaba eran los dioses que se reían en su cara. Nadie lo había preparado para aquella situación. Un guerrero debía morir en combate, pero él había sobrevivido… Aquella víspera había sido testigo de la mayor masacre jamás conocida por el Imperio. Lo último que recordaba era un golpe seco en la nuca y, después, nada. Se despertó desorientado y, mientras caminaba por un infierno de cuerpos desmembrados, pensó que tal vez estaba en el Tártaro. Sin embargo no había titanes, ni dioses, ni murallas, ni nada… sólo el silencio y el frío eternos.

El frío eterno… Ni dioses…. Ni murallas… La sonrisa de sus compañeros…

               Ni dioses… La estrategia a seguir….Ni murallas…. Las plegarias…. Ni dioses…

                              Sólo silencio…. El silencio de la Muerte…Ni los dioses…. Y recordaba su sonrisa….

…….El olor de su pelo…. Ni murallas… La risa de sus compañeros…. Ella lo esperaba en casa... El 
frío eterno… Ni el Tártaro… Ni los dioses… Y su sonrisa….

Y su sonrisa… y no la volvería a ver… o…

……..Y ahí, de frente, entre las sombras, la veía. Ahí estaba su prometida dispuesta a darle las llaves del Inframundo. Su figura femenina se dibujaba entre las sombras de la noche.

-                                       -  ¿Pero qué haces tan lejos del campamento?

No respondió pero tampoco se acercó. No, no podía ser ella… Y su cuerpo se heló al pensar en la alternativa…Trató de avanzar hacia la figura pero sus extremidades no le respondían. Moriría en tierras bárbaras. Si así debía ser, al menos, llevaría el estandarte de vuelta al campamento. Sacó fuerzas de la flaqueza y agarró el símbolo del águila que colgaba en su pecho.  

-                                          - Todavía no es hora. Déjame que entregue esto y te seguiré, Ser.

No hubo respuesta.

Con torpeza, se levantó tan rápido como su lesionado cuerpo le permitió y emprendió camino hacia la base. Tardaría unas horas en llegar si aquel extraño ser se lo permitía. A su lado, una espesa niebla empezó a acercarse. Debía caminar antes de que lo engullese por completo, pero, al menos, impediría que los germanos lo viesen.

Caminó sin mirar atrás. Sentía su presencia gélida sobre su nuca y el peligro en el que se encontraba era real como la luna que lo iluminaba. Aquel ser había venido a llevárselo al Otro Mundo.

Caminaba en silencio y la niebla le seguía de cerca. Pensó en los dioses y se preguntó a dónde lo enviarían. Había servido al emperador con todo su valor y fuerzas, pero había arrebatado tantas vidas… A cada paso que daba, las caras de todos los soldados que había matado se clavaban como hierro sobre sus heridas. Sus heridas… Bajó su mirada y descubrió que perdía algo de sangre, algo más de lo que esperaba. No podía parar. Fijó su vista al frente y caminó mientras la niebla se volvía más y más densa. El frío se intensificaba pero era un frío distinto… Un frío lejano en el tiempo, un frío lleno de reminiscencias de batallas distantes, de vidas perdidas en el ocaso del mundo. Ese frío rodeaba el final de su existencia y apenas podía escuchar el latido de su corazón.

Los primeros rayos de la mañana despuntaban sobre la copa de los árboles, pero la niebla difícilmente le dejaba ver lo que había delante. A lo lejos, el bosque se volvía menos frondoso y alcanzó a ver la fortaleza de madera de su base. Sabía que aquel ser no le dejaría alcanzar la base.

-                 - Ser del Inframundo, sé que ha llegado mi hora y no huiré. Ahora, te pido un favor antes de llevarme…

-                             - Dime… - dijo una voz débil y rota, pero que helaba la sangre al ser escuchada.

-                              - Lleva este símbolo a las puertas de mi fortaleza y déjalo allí. Quiero que ella lo tenga.

En la distancia, pudo ver a su prometida en lo alto de la muralla romana. Miraba sin cesar al horizonte. Uno de los guardias interrumpió su paz, se acercó a ella y le entregó algo. Desde los límites del bosque, pudo observar cómo su prometida agarraba el colgante y lo observaba. En cuestión de segundos, su bello rostro se llenó de lágrimas y su grito de dolor inundó de desesperación el valle. El soldado quería abrazarla pero sabía que hiciese lo que hiciese estaba muerto.

Se contuvo.


Pensó en la primera vez que vio a su prometida y lo mucho que la iba a echar de menos… La niebla se volvía más y más densa e inundaba todo lo que quedaba de su mundo. La presencia de aquel ser se hacía más intensa y se calaba en sus huesos. Por un breve segundo, le pareció escuchar la voz de sus compañeros llamando desde la lejanía. 


Sawyer.

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