lunes, 6 de junio de 2016

La costa.

Subí a lo alto de la embarcación y esperé. El vaivén de las olas golpeaba el reloj con la misma virulencia que a la parte frontal del barco. El agua salada salpicaba mi cara. Eran las 5 de la mañana y el ambiente se enrarecía cuanto más cerca de la costa nos encontrábamos. Algunos de mis compañeros habían subido a la cubierta y entre risas y cuchicheos comentaban los sucesos de la última semana. Nadie quería pensar en lo que iba a suceder en las próximas horas. Nos dirigíamos hacia la costa en una operación que se había gestado durante casi dos años. Dos años que culminarían en menos de unos minutos.

Mis manos agarraron con fuerza a Solna y jamás la soltarían. Uno de los grupos cercanos a mi posición hablaba de la semana que nos dejaron volver a casa. Siete días nos dieron. Había sido la semana más dura de mi vida. Algo me decía que sería la última vez que vería a mi familia. Una sombra agridulce lo teñía todo. Los lugares por los que caminaba eran cementerios llenos de vida y la gente con la que hablaba espejismos de algún tiempo pasado. Ellos me parecían fantasmas más el fantasma era yo. Mi casa y los recuerdos eran lo que quedaba de mi ser. Y todo se rompía en mil pedazos, mi existencia, la vida de mis amigos, la vida… Todavía podía sentir las náuseas que me produjo la primera vez que… El surrealismo de la situación… Jamás me había sentido tan fuera de lugar. Todo se nubló y solo escuchaban disparos mezclados con gritos de desesperación. Era la primera vez que había visto un cadáver. Estaba desgarrado… Gritos… En su cara una expresión de sorpresa, como si no se lo esperase. Las balas habían atravesado diferentes partes de su cuerpo y sus intestinos se desparramaban por doquier hasta mezclarse con el siguiente cadáver y el siguiente y el siguiente…

El mar volvió a salpicarme la cara regresándome al tiempo presente. Agarré a Solna con más fuerza. Nuestros superiores confiaban en que estaba operación resolviese la guerra en favor de nuestras fuerzas. Teníamos que hacer algo para impedir que el enemigo siguiese extendiéndose más y más por todo el continente. Ahí estábamos, un grupo de críos jugando a la guerra. Pude ver la costa al mismo tiempo que los megáfonos nos escupían las órdenes de los comandantes. Teníamos que bajar y montar en los vehículos. Algunas de las tropas habían llegado a la costa y montado las primeras barricadas. El momento había llegado. Me santifiqué y miré alrededor. Las caras eran serias, imperturbables, el recuerdo de las risas y las fiestas era un eco en nuestras cabezas. Miré al suelo y respiré profundamente. Un olor nauseabundo inundó el vehículo. El comandante lanzó la orden, el vehículo se movió y el movimiento nos cegó por momentos. Cuando volví a abrir los ojos, vi la costa y a los lados, varios vehículos cargados con jóvenes soldados listos para la acción… o no.

Agarré a Solna con fuerza.

Agradecí la brisa y miré al frente. La costa estaba llena de humo y, desde mi posición, ya se oían los disparos procedentes del frente. Escuché rezos. Algunos soldados estaban listos para la acción, casi lo deseaban. Yo no estaba muy seguro. Empezaba a sentir la confusión de la batalla. Estaba hiperventilando. Otra vez los cadáveres. Teníamos que liberar a esas gentes del enemigo, éramos su última esperanza… Los intestinos, la confusión, la balas, mis amigos muertos… El sol se levantaba en un amanecer rojo, el cielo era rojo, las nubes eran rojas y no importa quien luchase, aquella playa estaría llena de cadáveres en unas horas.

El vehículo golpeó tierra y los portones se abrieron.


Nunca volveríamos a casa. 

Sawyer.

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