La vida es curiosa, muchacho.
Lunes por la mañana. El café hervía y el ruido de los coches se colaba por
la ventana. Engullí el desayuno y vertí a toda prisa el café en la taza para
llevar. Cogí las llaves que estaban colgadas en la entrada. Estaba listo. Me miré al espejo: el pelo colocado, el abrigo puesto, la mochila… Me puse
algo de crema hidratante. Volví a echarme otro vistazo. Sí, todo en su sitio y preparado estaba ya para irme al trabajo; sin embargo, no
podía dejar de mirarme. No sé si era el pelo o la bufanda mas había algo
distinto. Me acerqué más y más a mi reflejo. Me miraba y cuanto más me miraba
más chocante me resultaba. Estaba ahí pero me sentía como un extraño ante mi
imagen. Y me miré y me abstraje y un sentimiento de iluminación descendió…
…La última vez que me
miré en el espejo juraría que era el día de mi comunión. El sol brillaba en lo
alto y las campanas de la iglesia llamaban a fiesta. Olía a castañas cocidas y
el viento del otoño acariciaba mis mejillas. Mis padres eran jóvenes y el mundo
era tan grande como me lo propusiese. La última vez que me levanté temprano fue
para ver los dibujos de la tele, esos de los que hablábamos en el recreo antes
de gimnasia. Los veranos en la playa se sentían el espejismo de un sueño lejano.
La colección de cromos se perdió, los cómics acumulan polvo y los viejos amigos
se habían perdido. Aún escuchaba la risa de mi hermano al encontrar sus
regalos el Día de Reyes. Las fiestas en casa de los amigos y el estrés de los
trabajos de fin de carrera. Ecos que resonaban en los pasillos de mi existencia
y, desordenados, se conjuraban ante mí.
Me dicen palabras que no alcanzo a escuchar, muchacho.
Miro al espejo. Y, en un insólito momento de clarividencia, me veo. Advierto
que los años han pasado. Uno tras otro. La rutina que nubla mi vida se
resquebraja. Ahí, delante de mí estoy yo. Por primera vez en mucho, mucho
tiempo me veo… pero no me reconozco. Preso de la banalidad mundana de la vida
me olvidé de que los días pasaban. Había algo distinto en mí que no estaba ahí
la última vez que me miré. Algunos lo llaman sabiduría pero siento que no es más
que días ahogados en vasos de cotidianidad. Vacíos, implacables, silenciosos
como hienas hambrientas. Devoran semanas que galopan desbocadas en el río de mi existencia…
y no me doy cuenta.
Ahí, delante de mí, me veo, y un frío helado recorre mi cuerpo al entender
que los años han pasado más deprisa de lo que me imaginé. Mi existencia fenecerá.
El pensamiento inunda mi ser y lo siento pesado en el pecho. El ruido del mundo
se acalla y escucho mi respiración. Un día dejaré de respirar y de sentir, mi ser
desaparecerá por siempre. (Una música suena a lo lejos). En mi lecho de muerte
todo se volverá negro y nada más. Cenizas a al viento. (El móvil suena). Nacer
para morir y cada palpitar me acerca más al final, pero el final siempre se
siente lejos... (Mis pensamientos se alejan de mí). Lejos hasta que me miro en el
espejo y me pregunto qué es esa marca, esa marca gris que me acecha. (El móvil
distrae mi atención y me dirijo a contestarlo). El presente se diluye en el
tiempo hasta volverse invisible. Ahora hablo por el móvil mientras me miro al
espejo… pero ya no me veo. Las ideas se dispersan. Lo cotidiano lo inunda todo
y los recuerdos se ahogan en la vida diaria.
Cerré la puerta y me fui al trabajo.
El ruido del mundo corroe los pensamientos,
muchacho.
Sawyer.