lunes, 27 de junio de 2016

En la misma profundidad.

La vida es curiosa, muchacho.

Lunes por la mañana. El café hervía y el ruido de los coches se colaba por la ventana. Engullí el desayuno y vertí a toda prisa el café en la taza para llevar. Cogí las llaves que estaban colgadas en la entrada. Estaba listo. Me miré al espejo: el pelo colocado, el abrigo puesto, la mochila… Me puse algo de crema hidratante. Volví a echarme otro vistazo. Sí, todo en su sitio y preparado estaba ya para irme al trabajo; sin embargo, no podía dejar de mirarme. No sé si era el pelo o la bufanda mas había algo distinto. Me acerqué más y más a mi reflejo. Me miraba y cuanto más me miraba más chocante me resultaba. Estaba ahí pero me sentía como un extraño ante mi imagen. Y me miré y me abstraje y un sentimiento de iluminación descendió…

                              …La última vez que me miré en el espejo juraría que era el día de mi comunión. El sol brillaba en lo alto y las campanas de la iglesia llamaban a fiesta. Olía a castañas cocidas y el viento del otoño acariciaba mis mejillas. Mis padres eran jóvenes y el mundo era tan grande como me lo propusiese. La última vez que me levanté temprano fue para ver los dibujos de la tele, esos de los que hablábamos en el recreo antes de gimnasia. Los veranos en la playa se sentían el espejismo de un sueño lejano. La colección de cromos se perdió, los cómics acumulan polvo y los viejos amigos se habían perdido. Aún escuchaba la risa de mi hermano al encontrar sus regalos el Día de Reyes. Las fiestas en casa de los amigos y el estrés de los trabajos de fin de carrera. Ecos que resonaban en los pasillos de mi existencia y, desordenados, se conjuraban ante mí. 

Me dicen palabras que no alcanzo a escuchar, muchacho.

Miro al espejo. Y, en un insólito momento de clarividencia, me veo. Advierto que los años han pasado. Uno tras otro. La rutina que nubla mi vida se resquebraja. Ahí, delante de mí estoy yo. Por primera vez en mucho, mucho tiempo me veo… pero no me reconozco. Preso de la banalidad mundana de la vida me olvidé de que los días pasaban. Había algo distinto en mí que no estaba ahí la última vez que me miré. Algunos lo llaman sabiduría pero siento que no es más que días ahogados en vasos de cotidianidad. Vacíos, implacables, silenciosos como hienas hambrientas. Devoran semanas que galopan desbocadas en el río de mi existencia… y no me doy cuenta.

Ahí, delante de mí, me veo, y un frío helado recorre mi cuerpo al entender que los años han pasado más deprisa de lo que me imaginé. Mi existencia fenecerá. El pensamiento inunda mi ser y lo siento pesado en el pecho. El ruido del mundo se acalla y escucho mi respiración. Un día dejaré de respirar y de sentir, mi ser desaparecerá por siempre. (Una música suena a lo lejos). En mi lecho de muerte todo se volverá negro y nada más. Cenizas a al viento. (El móvil suena). Nacer para morir y cada palpitar me acerca más al final, pero el final siempre se siente lejos... (Mis pensamientos se alejan de mí). Lejos hasta que me miro en el espejo y me pregunto qué es esa marca, esa marca gris que me acecha. (El móvil distrae mi atención y me dirijo a contestarlo). El presente se diluye en el tiempo hasta volverse invisible. Ahora hablo por el móvil mientras me miro al espejo… pero ya no me veo. Las ideas se dispersan. Lo cotidiano lo inunda todo y los recuerdos se ahogan en la vida diaria.

Cerré la puerta y me fui al trabajo.

El ruido del mundo corroe los pensamientos, muchacho.


Sawyer.

lunes, 13 de junio de 2016

lunes, 6 de junio de 2016

La costa.

Subí a lo alto de la embarcación y esperé. El vaivén de las olas golpeaba el reloj con la misma virulencia que a la parte frontal del barco. El agua salada salpicaba mi cara. Eran las 5 de la mañana y el ambiente se enrarecía cuanto más cerca de la costa nos encontrábamos. Algunos de mis compañeros habían subido a la cubierta y entre risas y cuchicheos comentaban los sucesos de la última semana. Nadie quería pensar en lo que iba a suceder en las próximas horas. Nos dirigíamos hacia la costa en una operación que se había gestado durante casi dos años. Dos años que culminarían en menos de unos minutos.

Mis manos agarraron con fuerza a Solna y jamás la soltarían. Uno de los grupos cercanos a mi posición hablaba de la semana que nos dejaron volver a casa. Siete días nos dieron. Había sido la semana más dura de mi vida. Algo me decía que sería la última vez que vería a mi familia. Una sombra agridulce lo teñía todo. Los lugares por los que caminaba eran cementerios llenos de vida y la gente con la que hablaba espejismos de algún tiempo pasado. Ellos me parecían fantasmas más el fantasma era yo. Mi casa y los recuerdos eran lo que quedaba de mi ser. Y todo se rompía en mil pedazos, mi existencia, la vida de mis amigos, la vida… Todavía podía sentir las náuseas que me produjo la primera vez que… El surrealismo de la situación… Jamás me había sentido tan fuera de lugar. Todo se nubló y solo escuchaban disparos mezclados con gritos de desesperación. Era la primera vez que había visto un cadáver. Estaba desgarrado… Gritos… En su cara una expresión de sorpresa, como si no se lo esperase. Las balas habían atravesado diferentes partes de su cuerpo y sus intestinos se desparramaban por doquier hasta mezclarse con el siguiente cadáver y el siguiente y el siguiente…

El mar volvió a salpicarme la cara regresándome al tiempo presente. Agarré a Solna con más fuerza. Nuestros superiores confiaban en que estaba operación resolviese la guerra en favor de nuestras fuerzas. Teníamos que hacer algo para impedir que el enemigo siguiese extendiéndose más y más por todo el continente. Ahí estábamos, un grupo de críos jugando a la guerra. Pude ver la costa al mismo tiempo que los megáfonos nos escupían las órdenes de los comandantes. Teníamos que bajar y montar en los vehículos. Algunas de las tropas habían llegado a la costa y montado las primeras barricadas. El momento había llegado. Me santifiqué y miré alrededor. Las caras eran serias, imperturbables, el recuerdo de las risas y las fiestas era un eco en nuestras cabezas. Miré al suelo y respiré profundamente. Un olor nauseabundo inundó el vehículo. El comandante lanzó la orden, el vehículo se movió y el movimiento nos cegó por momentos. Cuando volví a abrir los ojos, vi la costa y a los lados, varios vehículos cargados con jóvenes soldados listos para la acción… o no.

Agarré a Solna con fuerza.

Agradecí la brisa y miré al frente. La costa estaba llena de humo y, desde mi posición, ya se oían los disparos procedentes del frente. Escuché rezos. Algunos soldados estaban listos para la acción, casi lo deseaban. Yo no estaba muy seguro. Empezaba a sentir la confusión de la batalla. Estaba hiperventilando. Otra vez los cadáveres. Teníamos que liberar a esas gentes del enemigo, éramos su última esperanza… Los intestinos, la confusión, la balas, mis amigos muertos… El sol se levantaba en un amanecer rojo, el cielo era rojo, las nubes eran rojas y no importa quien luchase, aquella playa estaría llena de cadáveres en unas horas.

El vehículo golpeó tierra y los portones se abrieron.


Nunca volveríamos a casa. 

Sawyer.

jueves, 2 de junio de 2016

Autocartografía

He contemplado este cuerpo como quien contempla el mapa
de un lugar desconocido,
como si lo que hubiese dentro me fuese ajeno,
o como si a mis preguntas contestasen otros ojos

Me he vestido con esta ropa como si fuesen instrumentos de medida,
y mis manos pareciesen extensiones de algún pensamiento sin terminar

He cortado las borrascas que brotaban de mi boca
y la rotonda que gobernaba mis sentidos
se ha descompensado

Me observo desde fuera, desde algún espejo
me dibujo alguna cara
lo cubro todo con números, más números,
más números,
alguna raya, algún símbolo, alguna palabrota,
me disecciono
como si fuese a servir de algo medir

El navegante.

miércoles, 1 de junio de 2016